lunes, 2 de marzo de 2009

Ajedrez

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?

Fuente: Jorge Luis Borges

viernes, 27 de febrero de 2009

Soy un afortunado, tengo los amigos que siempre quise tener

Como ya es costumbre, transcribimos algunos párrafos. "... La amistad debe nacer en la juventud o en la infancia. Nuestros amigos son aquellos que aprenden junto a nosotros o, mejor todavía, los que viven aventuras a nuestro lado. Y por lo general, la gente aprende y vive aventuras en la juventud. Después casi todo el mundo consigue algún empleo en casas de comercio y ya resulta imposible adquirir conocimientos nuevos o pelearse con una patota.

"...A los once o doce años, uno empieza a hartarse de la familia y encuentra que los muchachos de la esquina son mucho mas divertidos que el tío Jorge. Durante mas o menos una década nadie estará mas cerca de nuestro corazón que esos muchachos. Y si uno quiere aprovisionarse de amigos, debe hacerlo en ese período. Después será demasiado tarde..."

Sucede que en cierto momento de la vida uno descubre que esta rodeado de extraños: compañeros de trabajo, clientes, acreedores, vecinos y cuñados. Los amigos de verdad están lejos, probablemente encerrados en círculos parecidos.

Algunos empecinados insisten en cultivar amistades nuevas. Los matrimonios maduros se visitan mutuamente y desarrollan pálidas parodias de la amistad verdadera: se cuentan una y otra vez episodios antiguos, vividos con los amigos viejos, que ya no están.

Cuando uno es joven no cuenta historias a sus amigos las vive con ellos.

Fuente: Alejandro Dolina

miércoles, 25 de febrero de 2009

Dedicado a Fabiana (Fabi)

"El verdadero milagro de la vida no es encontrarse con uno mismo, que después de todo no es más que una paradoja de quinta...

Lo importante es encontrarse con alguien. Esos efímeros puentes que dentro de este mundo de islas algunos suelen tender; efímeros porque duran muy poco y hechos quizas de la misma materia de la que están hechos los sueños.

Por ahí, cada tanto, en esa horrenda soledad que es la vida, uno liga un puente. Un puente que se puede tejer con un cariño o con un amor; quiere decir que en este mundo donde todas las citas son fallidas, o casi todas las citas son fallidas, en donde casi todo consiste en ir a esquinas donde nadie acude, en donde casi todos los encuentros fallan. Mi vida es ir a buscar y no encontrar, y es así...

Salvo alguna que otra vez, como flechas luminosas en la noche, en que uno va a una esquina y hay alguien, bueno... yo creo que eso merece festejarse y festejarlo con dignidad, y hacer digno ese pequeño puentecito que se ha tendido.

Solo una vez en la vida de un hombre pasa un centímetro cúbico de suerte y solo la pescará el que este todo el tiempo atento.

Nos toca solo un cachito de suerte en la vida y el peor de los pecados es dejarla pasar.
Hay que estar atento a las señales, atento a las citas, que se cumplen pero son muy pocas, atento a los sueños que se dan, pero son muy pocos...."

Fuente: Alejandro Dolina

martes, 24 de febrero de 2009

Los tiempos que corren

"Los cirujanos, los sacamuelas, los locutores, los periodistas y los actores de teatro -que son, como se sabe, los espíritus rectores de la opinión filosófica- han dicho miles de veces que la característica más notable de nuestro tiempo es la velocidad.
Algunas personas sensibles suelen quejarse amargamente de este hecho, afirmando que nuestros galopes existenciales levantan demasiada polvareda.
No les falta razón a estos sofocados pensadores, deseosos de resuello. Pero hay que decir en defensa de la velocidad, que hay ocasiones en que no causa daño ninguno y hasta ayuda a hacer la vida un poco mejor. Por ejemplo, no es malo que el subterráneo tarde 20 minutos entre Chacarita y Leandro Alem, en vez de dos horas.
Tampoco es malo reducir las tardanzas de un avión que va a París. Y es mejor curarse alguna peste en dos días que en un año.
La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos.

Pero esto no significa que siempre debamos ser veloces.
En los buenos momentos de la vida, más bien conviene demorarse.
Tal parece que para vivir sabiamente hay que tener más de una velocidad. Premura en lo que molesta, lentitud en lo que es placentero.
Entre las cosas que parecen acelerarse figura -inexplicablemente- la adquisición de conocimientos.

En los últimos años han aparecido en nuestro medio numerosos institutos y establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez: haga el bachillerato en seis meses, vuélvase perito mercantil en tres semanas, avívese de golpe en cinco días, alcance el doctorado en diez minutos.
Muchas veces me he imaginado estos cursos bajo la forma de una película filmada a cámara rápida, con alumnos atropellándose en los pasillos, permisos para ir al baño denegados y capítulos de la historia groseramente mutilados.

Capítulo seis: los fenicios. Los fenicios eran un pueblo de mercaderes, etcétera. Capítulo siete: Grecia. Los griegos inventaron la tragedia, las cariátides, etcétera. Capítulo veinte: La Edad Contemporánea. La Edad Contemporánea comienza con la Revolución Francesa y todavía sigue, etcétera.
Calculo que el asunto no será tan grave. Supongo que se tratará de conseguir la máxima concentración mental por parte del alumno. Supongo también que no se perderá tiempo en tonterías. De todos modos, no sé si esto es suficiente para reducir el tiempo de un aprendizaje a la quinta parte. Quizá se supriman algunos detalles. ¿Qué detalles?

Desconfío.
Yo he pasado siete años de mi vida en la escuela primaria, cinco en el colegio secundario y cuatro en la universidad.
Y a pesar de que he malgastado algunas horas tirando tinteros al aire, fumando en el baño o haciendo rimas chuscas, puedo decir que para aprender las pocas destrezas que domino tuve que usar intensamente la pensadora. Y no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí me llevó decenios.

¿Por qué florecen estos apurones educativos? Quizá por el ansia de recompensa inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar. Todos quieren cosechar, aún sin haber sembrado. Es una lamentable característica que viene acompañando a los hombres desde hace milenios.

A causa de este sentimiento algunos se hacen chorros. Otros abandonan la ingeniería para levantar quiniela. Otros se resisten a leer las historietas que continúan en el próximo número.

Por esta misma ansiedad es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los copetines al paso, las señoritas livianas, los concursos de cantores, los libros condensados, las máquinas de tejer, las licuadoras y en general, todo aquello que nos ahorre la espera y nos permita recibir mucho entregando poco.

Todos nosotros habremos conocido un número prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan las funciones trigonométricas. O que se mueren por tocar la guitarra, pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo. O que le hubiera encantado leer a Dostoievsky, pero les parecen muy extensos sus libros.

Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a cambio.
Quieren el prestigio y la guita que ganan los ingenieros, sin pasar por las fatigas del estudio. Quieren sorprender a sus amigos tocando ‘Desde el Alma’ sin conocer la escala de si menor. Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber abierto jamás un libro.
Tales actitudes no deben ser alentadas, me parece. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de los cursos acelerados de cualquier cosa. Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente. Gane mucho vento sin esfuerzo ninguno.
No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho entregando poco. Y menos me gusta que se deje caer la idea de que el conocimiento es algo tedioso y poco deseable. No señores: aprender es hermoso y lleva la vida entera.
El que verdaderamente tiene vocación de guitarrista jamás preguntará en cuánto tiempo alcanzará a acompañar la zamba de Vargas. ‘Nunca termina uno de aprender’ reza un viejo y amable lugar común. Y es cierto, caballeros, es cierto.

Los cursos que no se dictan
Aquí conviene puntualizar algunas excepciones. No todas las disciplinas son de aprendizaje grato. Y en alguna de ellas valdría la pena una aceleración. Hay cosas que deberían aprenderse en un instante.
El olvido, sin ir más lejos. He conocido señores que han penado durante largos años tratando de olvidar a damas de poca monta (es un decir). Y he visto a muchos doctos varones darse a la bebida por culpa de señoritas que no valían ni el precio del primer Campari.
Para esta gente sería bueno dictar cursos de olvido. Olvide hoy, pague mañana. Así terminaríamos con tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas por el alma de la buena gente.

Otro curso muy indicado sería el de humildad. Habitualmente se necesitan largas décadas de desengaños, frustraciones y fracasos para que un señor soberbio entienda que no es tan pícaro como él supone. Todos -el soberbio y sus víctimas- podrían ahorrarse centenares de episodios insoportables con un buen sistema de humillación instantánea.
Hay -además- cursos acelerados que tienen una efectividad probada a lo largo de los siglos. Tal es el caso de los sistemas para enseñar lo que es bueno, a respetar, quién es uno, etcétera. Todos estos cursos comienzan con la frase ‘Yo te voy a enseñar’ y terminan con un castañazo. Son rápidos, efectivos y terminantes.

Elogio de la ignorancia
Las carreras cortas y los cursillos que hemos venido denostando a lo largo de este opúsculo tienen su utilidad, no lo niego.
Todos sabemos que hay muchos que han perdido el tren de la ilustración y no por negligencia. Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido. Y la ignorancia es demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba. Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la preocupación de nadie. Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la vida. De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de aprender, es mejor que no aprenda.

Frecuento a centenares de personas bondadosas, sensibles y llenas de virtud que desconocen minuciosamente el teorema de Pitágoras. Después de todo, es preferible ser ignorante a ser estúpido. Más aún cuando la estupidez es el producto de una mala educación. Oscar Wilde vio mejor que nadie este asunto de la estupidez ilustrada. ‘Hay hombres llenos de opiniones que son absolutamente incapaces de comprender una sola de ellas’. Tenía razón el irlandés.

Yo propongo a todos los amantes sinceros del conocimiento el establecimiento de cursos prolongadísimos, con anuncios en todos los periódicos y en las estaciones del subterráneo.
Aprenda a tocar la flauta en cien años.
Aprenda a vivir durante toda la vida.
Aprenda. No le prometemos nada, ni el éxito, ni la felicidad, ni el dinero. Ni siquiera la sabiduría. Tan solo los deliciosos sobresaltos del aprendizaje."


Fuente: Alejandro Dolina

lunes, 23 de febrero de 2009

La televisión y los medios

"En la televisión se trabaja para estupidizar a las personas. En general en los medios de comunicación. Y ésto no pasa solo en la Argentina, pasa en todo el mundo. El poder a través de los medios de comunicación intenta colonizar la subjetividad de los sujetos. O sea, sujetar a los sujetos. Entonces ese señor que llega cansado a su casa, que trabajó todo el día, y llega y enciende la televisión... la televisión lo atrapa, lo atrapa con, digamos, el espectáculo infinito de la pavada, y la pavada le impide pensar su situación, le impide pensar que quizás el trabajo que está haciendo no le gusta, que quizá debería cambiar de trabajo, que quizá debería irse de su casa, o debería estar más en su casa, o debería amar más a su mujer, o debería amarla menos, o a sus hijos...o debería irse... yo que sé... al Congo Belga... a dónde sea, y escapar de todo, pero... O debería quizá darse cuenta que ese aparato que está ahí idiotizándolo está para eso, para idiotizarlo, entonces, el día que tome consciencia crítica de ésto, hace algo muy sencillo... lo apaga. Cuando un tipo apaga el televisor porque sabe que desde ahí le están quitando la libertad subjetiva que él merece tener... Ahí comienza su libertad."

Fuente: Juan Pablo Feinmann
Objetivo:
Será la finalidad de este blog intentar despertar la razón adormecida del lector y si tal empresa resultase imposible de cumplir al menos se espera despertar la del autor.

Medios:
Los medios para tal fin ya fueron creados y están girando alrededor nuestro solo se necesita detenerse para poder analizarlos.

Advertencia:
Sepa lector, que no estoy capacitado para guiarlo en esta búsqueda por lo que se encontrará usted absolutamente solo. Lo más seguro es que no le convenga seguir adelante